Rituales de abuso

El «ritual de abuso» más sádico llevado a cabo por esos seres infrahumanos de instinto vampírico es (después de la tortura y el sacrificio sanguinario) la sodomía, una práctica sexual perversa que anula a la víctima de quien la sufre. Pues, el siguiente texto ha sido extraído del libro “La danza final de Kali” cuyo autor, Ibn Asad, expone de manera pormenorizada cómo funciona el engranaje de la maquinaria de ese sistema diabólico llamado por las élites “Nuevo Orden Mundial”. Así que, Ibn Asad nos ayuda a ponernos dentro de la mente macabra de un Illuminati para saber el por qué realizan sus fechorías y crímenes. Pero, aclara que, de ninguna manera, intenta justificar esos actos malvados ni a quienes los practican, sino que pretende razonar qué pasa por las cabezas de esos individuos indeseables para averiguar que los mueve a cometer tales atrocidades. El placer sexual y la violencia extrema son sagrados en la nueva religión luciferina del “Nuevo Orden Mundial”. Por este motivo se infiere que para ellos los actos más crueles y viles están permitidos para satisfacer sus deseos y saciar su sed de maldad. El satanismo es el egoísmo enfermizo elevado a la máxima potencia.   

Cuando se estudia a teóricos y prácticos satanistas tal y como Aleister Crowley, se entiende que el secuestro y asesinato de niños es más común de lo que aparece en los medios. Sólo este tiparraco confesó asesinar (“sacrificar”) a 150 niños cada año entre 1912 y 1928. Si se hace la multiplicación, las cifras se adaptarán mejor a los actuales casos de desaparición de niños. ¿Por qué niños? El mismo Crowley lo dice en su obra “Magia en teoría y práctica” (1929). Cuanto más inocente es el ser abusado (“sacrificado”), mejor para la actividad satanista, es decir, el control y la manipulación. Estas gentuzas no sólo raptan niños porque tienen una mente enferma, sino que necesitan la inocencia para alimentar su vileza. Actualmente redes satánicas utilizan animales y niños en sus rituales de sangre. ¿Qué utilizan los psicólogos de la conducta para sus investigaciones y experimentos? ¡Animales y niños! Lo que caracterizan a estas víctimas es su estado indefenso, su pureza, su inocencia. ¿Y dónde pueden abastecerse de estas víctimas con comodidad? Respuesta: en el mismo sistema educativo. Casos como la guardería McMartin en 1983, como el de Orkney y Rochdale en Reino Unido, como los casos de las archidiócesis de Boston y Yakina en Estados Unidos, como otros casos sucedidos en Escocia, Italia, Irlanda, Bélgica, Holanda… la gran mayoría de los casos de pederastia y secuestro infantil se apoyan en escuelas, reformatorios, guarderías y orfanatos. Ese contexto hace que el encubrimiento sea perfecto, y pocos casos sean denunciados, y prácticamente ninguno, resuelto judicialmente. Sin embargo, en ocasiones, se encuentran cadáveres de niños abusados: la policía investiga, los medios hacen su circo, y de un drama se hace un guión de película policíaca. Nadie sabe nada, y el ciudadano dice “¡Qué horror!”, y después cambia de canal, y se come un bocadillo de jamón viendo un partido de fútbol. ¿Por qué todos estos casos de asesinato, tantos los llevados a cabo por redes organizadas como por psicópatas solitarios, tienen los mismos puntos en común (el abuso de poder, la crueldad, la tortura y el sexo)? Todos estos rasgos comunes hacen de estos asesinatos –con todo rigor- rituales: prácticas repetidas con fines mágicos. El mismo Crowley, Marqués de Sade, Felicien Rops, Lavey… teorizaron sobre estos rituales satánicos de abuso de poder que serían el centro ritual de la fuerza infrahumana que este libro aborda. ¿Son casos aislados? Depende del punto de vista. Desde la perspectiva satanista, el ritual de abuso es necesario para modificar un campo energético impregnándolo con dolor, indignidad, miedo, culpa… y demás emociones que sirven de alimento de la infrahumanidad. No es sólo una enfermedad; se trata del núcleo ritual de la “doctrina luciferina”. Así, se puede comprender que altos cargos del Establishment siempre aparezcan como sospechosos en esas tramas, y que las redes de pederastia siempre tengan conexiones con Bélgica, Estados Unidos, Holanda, Alemania, Reino Unido y otros países europeos, independientemente de que estas operen en China, Tailandia, o Brasil.

Pero centrémonos en el ritual de abuso y los efectos de manipulación que este tiene en la víctima. Los niños que sobreviven al abuso sexual rara vez recuerdan los abusos; la conciencia bloquea la experiencia traumática para no revivirla. Esta rotura de la conciencia ofrece al abusador un poder de control sobre el abusado. La víctima de un ritual de abuso no recuerda nada y sólo siente una difusa nube de culpa y vergüenza alrededor del evento. El abusador controla -de esta manera- la parcela de la conciencia mutilada, e incluso el abusado puede tener sentimientos de gratitud y admiración hacia el abusador, lo que los psicólogos modernos llaman “síndrome de Estocolmo”. La relación entre abusador y abusado establece una extraña dependencia emocional que se potencia a través de actos sexuales. Pues bien: estos efectos de abuso de poder fueron estudiados por la psicología conductivista y por Tavistock Institute, y los paralelismos con la metodología de los sistemas educativos sólo difieren en grado, y no en contenido. Por supuesto que pocos niños son sometidos a rituales de abuso en comparación con la inmensa cantidad de chavales que se gradúan cada año en las escuelas de secundaria. Unos niños son sometidos a un violento ritual que despedaza la conciencia, y otros son sometidos a un prolongado ritual de abuso de poder, sutil, sostenido, consentido y legislado para que el niño se convierta en ciudadano. Sin embargo, el mecanismo de control mental resulta ser el mismo. Incluso, los efectos físicos también resultan ser los mismos. Para comprobar esto último, basta observar una de las prácticas más comunes en los rituales de abuso: la sodomía.

Porcentajes altísimos de los abusos sexuales a niños y niñas incluyen la sodomía, es decir, la penetración brutal del ano de la víctima. ¿Por qué los pederastas insisten en esta práctica? ¿Por el enfermizo placer que obtienen? Es posible, pero no sólo. Lo que siente un niño sodomizado es un inmenso dolor, una profunda vergüenza, una absoluta humillación, es decir, emociones con las cuales se alimenta una fuerza vampírica manipuladora. Los médicos modernos dirían que dicho dolor se debe a la rotura de las numerosas fibras nerviosas que se encuentran en el esfínter anal, lo cual –a un nivel fisiológico- es cierto. Desde un punto de vista sutil, la agresión anal se produce en un centro energético del ser humano que las diferentes tradiciones dan un valor “fundamental”. La tradición india se refiere a este centro como “muladhara chakra”, y literalmente, sería la “raíz” de la individualidad humana. Este centro energético sería la base estructural de un ser humano: su integridad física, su corporeidad, su equilibrio fisiológico, y su estabilidad integral dependerán del cuidado y status normal de dicho centro. Una violenta agresión del muladhara (como una violación anal) provoca en el individuo desórdenes y traumas emocionales que dejan la conciencia de la víctima completamente abierta a la manipulación mental. Muchos violadores no saben por qué hacen lo que hacen, ni son conscientes de la fuerza que les gobierna. El objetivo del abuso anal no es tanto el maloliente y enfermizo placer del abusador, sino la mutilación de la raíz fundamental del ser humano.

En la lengua española (así como en muchas otras lenguas europeas, como en algunos dialectos árabes, y seguramente en otras lenguas que desconocemos) existe la vulgarísima expresión “dar por el culo” para referirse a algo o alguien que está molestando intencionadamente, algo o alguien que está minando fuerzas, algo o alguien que abusa de un poder. Por muy vulgar que sea esta expresión, toda analogía tiene su valor, y ésta encierra una profunda sabiduría: todo abuso de poder se refleja en un bloqueo del centro energético raíz, el muladhara de los textos tántricos, y como dicho bloqueo es la consecuencia de la sodomía, el abuso de poder se expresa zafiamente con esa analogía. Así es; y seguramente muchos jóvenes alumnos han dicho en más de una ocasión que “en la escuela les están dando por culo”. Según la medicina tradicional india (en sánscrito, ayurveda), el bloqueo del muladhara conlleva una serie de síntomas físicos tales como una desflexibilización de la columna vertebral, un bloqueo de las articulaciones de la cadera, una falta de coordinación motora y rítmica, un desequilibrio de la actividad hormonal de las gónadas que provoca desórdenes sexuales (represión u obsesión), una agudización de la voz, y un constante estado de miedo. A nivel mental, el bloqueo estructural del muladhara hace que el sujeto padezca de dependencias de todo tipo, cobardías, conservadurismo paralizante, pusilanimidad, timidez, y actitud servil. Este “diagnóstico” del bloqueo del muladhara apoyado en textos de la tradición tántrica, sería también un perfecto retrato robot de un adolescente moderno recién salido con éxito del proceso educativo preuniversitario, un estudiante modelo bien adaptado al sistema educativo, lo que en jerga norteamericana se llamaría un “nerd”. Así es: la disfunción estructural del ser humano resulta ser un objetivo básico en el sistema educativo. Tras esta agresión fundamental, algunos chicos caen en las drogas, en la bebida, en sectas neoespiritualistas… otros se refugian en el deporte, otros encuentran cierto equilibrio en semejante caos gracias a expresiones artísticas, la amistad, las relaciones amorosas… otros directamente abrazan la nueva identidad que el sistema educativo les ha impuesto… Todos ellos –en definitiva- se preparan como buenamente pueden para la última fase del sistema educativo: el adiestramiento profesional.

En conclusión:

Por supuesto que el ser humano no puede comprender una práctica que le es ajena, pero sí que podemos investigar sobre los hechos que se repiten una y otra vez: en esta ritualística siempre participa un ser inocente (y cuanto más inocente mejor; por eso abundan niños, animales, retrasados mentales…) al que le succionan la vitalidad a través de la práctica sexual brutal y las sangrías. Según las investigaciones y entrevistas que hemos llevado a cabo, la infrahumanidad se nutre –a través de estas prácticas- de las emociones más bajas e indeseables del ser humano, tales como el odio, la culpa, la vergüenza y –sobre todo- el miedo. A través de ciertas prácticas sexuales crueles, se establece una frecuencia vibratoria que permite el transvase de emociones, del humano al monstruo infrahumano, y es por ello por lo que la sexualidad y la crueldad tienen una función importante en esta ritualística: sirve de enlace entre nosotros y los niveles más bajos de existencia.

La danza final de Kali – Ibn Asad

 

 

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